06/09/2025 11:23:58
Ozzy Osbourne "El trueno de Birmingham" sonará por siempre.
Desde las forjas oxidadas de Birmingham, donde el humo y el hollín escribían en el cielo obrero de Inglaterra las canciones del esfuerzo y del cansancio, en 1948 surgió una voz que no pedía permiso: la voz del Heavy Metal.
Ozzy Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas, nació entre esos ladrillos grises y sueños de acero. Hijo de una familia trabajadora, no aprendió a cantar en conservatorios ni a leer partituras, sino a gritar con el espíritu. Sobre las bases del Rock, su canto fue el aullido de una clase y un sentido socio-cultural que supo expresarse artísticamente.
Como él, en Black Sabbath, Tony Iommi forjó sus riffs con dedos mutilados por una prensa industrial, transformando una herida en acordes, armonías y melodías. Geezer Butler, debido a sus vivencias, escribió letras que eran manifiestos oscuros y Bill Ward golpeó sus tambores como quien descarga una inmensa furia contenida.
No estaban solos. En esa misma ciudad, otros obreros con guitarras eléctricas se alzaban también con un sonido aún desconocido para las masas, Judas Priest, por ejemplo, que hizo del cuero y del metal una segunda piel en sus representaciones. O Iron Maiden, conformada por jóvenes sin privilegios que transformaron la mirada desesperanzadora de su crianza y juventud, en música.
El Heavy Metal no apareció en los palacios de la Gran Bretaña. Nació en los talleres, en las fábricas, en los barrios obreros, en las manos sucias y las bocas cansadas de una generación sin futuro que decidió inventarse uno, entre agudas voces, distorsión, difíciles riffs y solos de guitarra.
Ozzy fue su profeta por excelencia. Torpe, excesivo, contradictorio… pero siempre libre y verdadero. Con su voz rasgada cantó sobre la guerra, la locura, la Fe, el miedo y la desesperanza. Nos enseñó que la parte de la vida que muchos evitan ver cara a cara también tiene música que ofrecer, y que la belleza puede devenir aún de quienes no se espera. Hoy, su cuerpo se apaga, pero su eco no desaparecerá.
Porque mientras haya alguien que encienda un amplificador para romper el silencio en un micrófono, Ozzy vivirá.
El trueno seguirá sonando. Por siempre.
Por Damián Haag